Cuentos

Futuro incierto

Despertó y el mundo era otro. Todas las cámaras criogénicas estaban vacías. Claro que no tenía idea de nada, puesto que su memoria se había borrado con el tiempo. Pero no se sobresaltó ante aquel salón fúnebre que se alargaba como un túnel sin final, porque, a decir verdad, no sabía lo que era un final así como tampoco lo que era el principio, tal cual la creación del universo. Entonces, optó por caminar a lo largo de aquella galería como un autómata.... 

En la medida en que avanzaba, paso tras paso, las partículas etéreas, ordenadas de forma horizontal, generaban en su cerebro imágenes virtuales, programadas para crearle un pasado, que le dieran base a su existencia. Cruzando la primera línea, comenzarían a surgir los sentimientos archivados en su yo interior, bajo una sensación armónica ya predeterminada. La sesión tenía el propósito de rellenar aquellos espacios incompletos que habían sido abandonados por los sueños. Durante varios años, su prototipo, permaneció en estado de animación suspendida. Quizás un período bastante corto, desde el aspecto biológico, pero extenso en tiempo real. Un coma inducido, que se conocía desde muchos siglos atrás, ahora altamente perfeccionado para realizar los viajes interestelares. Trasponiendo moléculas entre fotones y neutrinos, su memoria se reiniciaba, y ese ciclo de la materia estacionaria, avanzaba hacia el desorden previsto.

El reposar inerte por años lo mantuvo sujeto a una condición inicial de orden elevado, tal cual los prehistóricos chips de la inteligencia artificial. Así, bajo los efectos de la antimateria, los recuerdos se iban restableciendo dándole paso a un pensamiento lógico, y a un desarrollo progresivo, en nanosegundos, de la sinapsis neuronal, prácticamente infecunda durante la travesía. Este procedimiento le otorgaba al organismo, la capacidad de adaptarse a un futuro incierto, bajo el principio de incertidumbre. El hombre nuevo, salía a la luz. De este modo se había diseñado todo aquel complejo cuyo objetivo era preservar la especie ante el apocalipsis que se desató y que acabaría con todo vestigio de vida humana en la Tierra. La idea, bien concebida por el equipo de expertos de la física integral, tenía sus reservas en cuanto a un posible renacimiento del planeta después del apocalipsis. Pero, para que esto se hiciera realidad, pasarían muchos siglos tal cual como había ocurrido en los inicios de la creación, luego del Big Bang, aquella singularidad que daría origen a un universo infinito, y de la cual hablaban los antiguos hologramas archivados por siglos, como monumento a la creatividad humana. Imágenes tridimensionales de miles de millones de estudios que explicaban el origen de la especie.

Aquellas conjeturas, elaboradas por las mentes más brillantes de la época, se hicieron reales, y para el 4000, las grandes ciudades situadas en la costa quedaron literalmente sepultadas bajo el mar. La temperatura media de la Tierra había superado los 14ºC y todo el hielo del planeta se fundió por completo, permitiendo que ese basto azul del mar, que se contemplaba desde la estratosfera, ampliara sus fronteras arrasando con toda la superficie terrestre.

Venecia, Londres y Barcelona, fueron las primeras ciudades en hundirse, en medio de las aguas, entre otras, no menos engreídas, que las seguirían al poco tiempo, en territorio europeo. Aquella fatalidad permitió que se tomaran medidas de emergencia en el hemisferio occidental, sin embargo, la mayoría de las metrópolis bañadas por las aguas del Atlántico, el pacífico y el mar Caribe, sucumbieron ante los grandes tsunamis. Seúl, Manila y Shanghái, además de varios países conformados por pequeñas islas asiáticas, desaparecieron junto con sus habitantes. Túnez y el Cairo, al evaporarse junto a otros grandes emporios urbanísticos, dejaron al África convertida en un pequeño islote incandescente, bajo una temperatura imposible de ser soportada por algún ser vivo en la tierra, e igual, o peor destino, corrieron todos los países de Oceanía.

Si bien ya existían colonias fuera de nuestra galaxia, las condiciones no eran tan propicias como las que habían existido en la Tierra. Millones de seres habían perecido en medio del cataclismo y del mundo conocido apenas quedarían los recuerdos. Los cinco grandes océanos, desde el Ártico al Antártico, se habían revelado contra toda forma de vida en el planeta, y solo el ingenio humano podía salvar a la especie de su desaparición total. La vida perduraba gracias a las migraciones interestelares y las venideras serían producto de la conservación de espermatozoides y óvulos, almacenados en silos que habían sido edificados con pasta nuclear, reciclada para tal fin, en varios de los planetas repoblados. Todo un gigantesco esfuerzo con la mira puesta en un futuro bastante lejano.

En nuestro ex planeta, las grandes extensiones de tierra se fueron reduciendo a unos pocos pantanos, que, en poco tiempo, zozobraron ante las aguas hirvientes, vomitadas por volcanes desde las profundidades del océano. La energía liberada no tenía precedentes y se había mantenido inerme durante siglos, gracias a las bajas temperaturas rutinarias en aquellas hondonadas, boyantes en su variedad de especies marinas, ahora en total extinción.

Los continentes como habían sido conocidos ya no existían, la Tierra era un gran desierto de agua salada y se vivía en ciudades submarinas. Tres gigantescos domos funcionaban como centros de investigación y habían sido construidos a fuerza de la misma pasta nuclear, utilizada con éxito en los silos de preservación de la especie. En este caso, repotenciando su densidad cristalina, que la volvía cien billones de veces más fuerte, que cualquier compuesto terrestre conocido en siglos anteriores, en lo que alguna vez había sido el planeta más envidiado de nuestra galaxia. Este compuesto se originaba cuando las supernovas hacían implosión, una vez cumplidos sus diez mil millones de años de vida. Un fenómeno tan extraordinario que terminaba por reducir un objeto del tamaño del Sol, a solo unos 400 kilómetros cuadrados. Por lo que no era de extrañar que aquellos domos soportaran con estoicismo, la presión del océano y los constantes sismos que azotaban el ecosistema.

En los hologramas cuadridimensionales más recientes, se contaba que la gelatina nuclear había sido descubierta en siglos anteriores, una vez que las primeras invasiones, no tripuladas por seres humanos, llegaron a Próxima Centauri. En ellos se exponía cómo, una vez culminadas las muchas pruebas y ensayos respectivos, y en apenas dos siglos, el material pudo ser industrializado para todo uso que significara la salvaguardia de la especie. La misma se transportaba, luego de un recorrido de unos 42.000.000.000.000 kilómetros hasta nuestros almacenes interplanetarios, gracias a que habíamos alcanzado a viajar a la velocidad de la luz, travesía que se realizaba en cápsulas espaciales, tripulada por inteligencia artificial, desde el 5.500 después del apocalipsis. Ese había sido el primer logro de la arremetida tecnológica decidida por los centros de poder, para sobrevivir al cataclismo. Toda una robótica minera, dedicada a realizar trabajos no aptos para el ser humano, con resultados extraordinarios. También, los domos de investigación, habían sido otro éxito de la creatividad humana, en busca de la supervivencia. Todo a la espera, y con la esperanza puesta a futuro, de que el cataclismo culminara y la Tierra pudiese volver a su estadio original, en los siglos por venir.

Para el 3000, antes del primer viaje intergaláctico que más tarde nos llevaría hasta Próxima Centauri, odisea como la que se alcanzaría dos mil años después, eran aun una utopía, un guion de la ciencia-ficción. Sin embargo, ya se realizaban, bajo estricta confidencialidad, ensayos y pruebas que comenzaron a dar sus primeros resultados para mediados del mismo siglo. Los científicos del momento, disponían de miles de expedientes cifrados en códigos especiales que estudiaron metódicamente desde que en el XXI, se lanzaba a la estratósfera el objeto humano más veloz que habíamos diseñado: la Voyager 1. Para aquellos tiempos la sonda lograba alejarse del Sol a una velocidad de 17,4 km/s, o sea, unos 540 millones de kilómetros al año. A ese ritmo, no era imaginable para el ser humano común y corriente, alcanzar Alfa Centauri, ya que se necesitarían unos 4,37 años luz para alcanzar el objetivo, es decir, unos 76000 años de travesía.

Ya para principios del XXII, la NASA habían reunido a los mejores científicos y pensadores a nivel mundial, pues a esas alturas no había forma de parar el destino del planeta. Lo inevitable se les venía encima. Las "Arcas" construidas por los chinos, para sacar a flote a buena parte de su población, fue apenas un paliativo insignificante, una forma improvisada de sobrevivir a la catástrofe, sin los resultados que ellos esperaban. Algo urgente había que hacer y ese algo urgente se encontraba fuera de nuestro sistema solar. Visto el peligro de extinción se aceleraron los planes para construir sondas interestelares que consiguieran distancias nunca antes previstas. Así nació la Lumix I, un armatoste capaz de superar los 25 000 km/s, reduciendo un viaje interestelar a 50 años humanos. Se abría entonces, una ventana ante la extinción inminente.

Luego de varias pruebas, durante diez años de labores ininterrumpidas, con resultados bastantes satisfactorios, las grandes compañías de vehículos interplanetarios, junto a sus más experimentados ingenieros, procedieron a la construcción masiva de naves espaciales. Estas en sus inicios eran de mediana capacidad, pero en la medida en que fueron probando su eficacia, viajando con miles de pasajeros rescatados de los únicos dos continentes, aún no invadido totalmente por las aguas (aunque bastante reducidos en territorio seco), terminaron siendo más avanzadas en su ingeniería y diseño compacto. A todas, desde su primer prototipo, se les llamó Lumix, en referencia a la velocidad de la luz.

La selección de los futuros "salvadores" de la especie fue como se esperaba, tan natural, como justificable para los gobiernos de Alemania, China, Japón, Inglaterra (emigrados en tiempo record, una vez que todas sus islas se iban hundiendo a velocidad vertiginosa), Rusia y Francia. Las seis naciones estuvieron de acuerdo en que los primeros en partir debían ser científicos, técnicos, e ingenieros, quienes auxiliados con toda la robótica disponible, iniciarían las primeras fundaciones y asentamientos en el tiempo más corto posible, acorde a las distintas estaciones planetarias, que se habían adelantado en los siglos anteriores. Así, cada nave estaba destinada a un planeta ya probado para su habitabilidad, por reunir las condiciones necesarias en lo referido a la sobrevivencia humana.

Paralelamente a todo el despliegue extraterrestre, y mientras en las galaxias se exploraban espacios habitables, en la tierra, continuaban los experimentos y cada año, las naves, gracias a la inmensa tecnología de la que se disponía, eran más tenaces, imponentes y casi invulnerables, además de inteligentes. Apenas en 30 años, las primeras propulsoras que habían viajado con los pioneros se volvieron obsoletas y una vez convertidas en chatarra, se reciclaban para la construcción de asentamientos más propicios, en donde se albergaban los nuevos refugiados interestelares.

La emulsión química convencional que durante siglos se había empleado para impulsar los viejos cohetes espaciales, pasaba a la historia, pues por esta vía se hubiese requerido, según los cálculos más optimistas de los científicos de la época, unos 1.026 kg de combustible por cada kg de masa de la nave. O sea, que un transbordador bajo esta premisa, terminaría por tener cien veces el tamaño de la Tierra, y la idea concebida por los científicos, era lograr el viaje a la velocidad de la luz, algo que parecía imposible porque nada garantizaba que una vez desintegrados los átomos que conforman la masa del cuerpo humano, estos pudieran volver a integrarse sin daños secundarios en el organismo. Aún con este pesimismo, la ciencia y la tecnología, avanzaban de la mano paralelamente. Por un lado, la biología molecular buscaba la fórmula para evitar que las células pudiesen ceder a este cambio vertiginoso en el tiempo. Y por el otro, los tecnólogos e ingenieros espaciales, creaban un material capaz de preservar la esencia orgánica dentro de una cápsula, durante un viaje espacial que pudiese durar cientos de años. Las dudas no resueltas tenían que ver con los posibles daños cerebrales, y con un deterioro acelerado o fulminantes de los tejidos celulares, que pudiesen convertir la materia en energía pura. En el tiempo imaginario, existe la posibilidad, o bien la certeza, de viajar hacia adelante o hacia atrás, en vista de la inexistencia de un tiempo absoluto, pero en cambio, en el tiempo real, las circunstancias cambiaban, acorde a la segunda ley de la termodinámica. Por ello, los pensadores más insignes de la galaxia, estaban dedicados a elaborar una hipótesis que pudiese conjugar materia y antimateria. Comprobarla más tarde ya sería harina de otro costal.

Como el objetivo primario era alcanzar Alfa Centauri, las primeras pruebas se iniciaron con la propulsión iónica o de plasma, así como la térmica nuclear. Con ambas un viaje inter espacial podría tardarse unos 40.000 años en alcanzar su propósito, por lo tanto, prontamente esta opción fue descartada. El tiempo corría tal cual avanzaban las gigantescas olas que iban reduciendo el espacio terrestre habitable, borrando todo indicio de vida a su paso. La segunda iniciativa vino con la idea de impulsar las naves con lo que denominaron el magnetoplasma, acortando así, al menos en teoría, el viaje a 2.200 años geofísicos. Finalmente, bajo una coordinación acelerada, se pasó de las velas solares a las naves de fusión nuclear, con las cuales se calculó un viaje hasta Alfa Centauri de apenas unos treinta años terrestres. Y esto ya era historia en el 5.500

Los agujeros de gusanos llegaron más tarde sin pérdida de tiempo, y eran, para este siglo, el método más conveniente en el transporte de alimentos y agua a los centros de investigación anclados bajo los grandes océanos. Vista desde el espacio sideral, nuestra esfera lucía de un azul profundo, apenas aclarado en sus bordes cuando la rotación le permitía reflejar los rayos del Sol. El envío se realizaba en capsulas especiales, diseñadas para tal fin, capaces de soportar la travesía sin daños colaterales. La trayectoria del gusano seguía la curvatura del espacio-tiempo en constante equilibrio, acorde a su gasto y suministro de energía. Sobre esta autopista ya se había especulado en la era de la vieja teorías de relatividad general, de un tal Albert Einstein (un científico muy prestigioso y reputado en muchos siglos de historia). Postulado que para este siglo formaba parte de la TGU, la teoría de la gran unificación.

Si bien el cuerpo científico hacía todo lo humanamente posible para perpetuar la especie, el mundillo de la política rapaz, actuaba a contracorriente, bajo sus propios intereses. En el pasado, las grandes potencias nunca lograron ponerse de acuerdo en cómo combatir el cambio climático, de allí que proliferaran las guerras intestinas apoyadas por las distintas potencias dominantes. Las viejas dictaduras cobraban fuerza y el reino de las armas, cada vez más mortíferas, se imponía por sobre todo lo que alguna vez pudo haberse llamado civilidad. Estas atroces incursiones blindadas trajeron como consecuencia hambre, enfermedades, miseria y pobreza extrema. Y como era de esperarse, las naciones más subdesarrolladas llevaban siempre la peor parte

Para complementar el panorama, en la medida en que ascendía la temperatura, los cultivos iban desapareciendo, y la tierra, otrora llena de fertilidad, se volvió estéril de polo a polo. Los ríos y lagos se contaminaron y aquellos pueblos que no disponían de la alta tecnología para la purificación de las aguas, perecieron contagiados con bacterias desconocidas, que durante siglos habían permanecidos congeladas, atrapadas bajo la capa del permafrost.

Ya para el siglo 2020, los científicos advertían que en 50 años, de no tomarse las medidas que ellos sugerían, el nivel medio del mar alcanzaría los 30 centímetros, pero se quedaron cortos en su apreciación. Apenas unos pocos años después del vaticinio, la selva amazónica y la tundra antártica, alcanzaron niveles de inestabilidad que alarmaron al mundo desarrollado. El aumento de la temperatura, daba inicio al derretimiento avanzado en el permafrost, liberando grandes cantidades de gas metano, y considerando que este ocupaba el 24 por ciento de la superficie de la Tierra, concentrado en Alaska, Canadá, Rusia, los países nórdicos y el Himalaya, el apocalipsis del cual hablaban los arcaicos textos bíblicos, se encontraba a la vuelta de un siglo, a más tardar. Hasta el 2050, el permafrost había actuado como una enorme jaula criogénica, capaz de constreñir los residuos de carbono, producido por las plantas y animales descompuestos durante las glaciaciones, en los inicios de la vida terrestre. Ahora, eso era historia apocalíptica.

De modo que en aquel panorama de caos, que avanzaba sin tregua, las primeras oleadas inundaban en cuestión de días, las inmensas zonas agrícolas del continente africano, que con altivez habían resistido la destemplanza del clima. El Atlántico y el Índico se abrazaban en un solo y único océano majestuoso. Una vez tierra arrasada, los animales morirían por falta de alimentos. Al otro lado del mundo, el Pacífico y el Atlántico harían lo consecuente con el Amazonas. El gran pulmón dejaba de respirar y las inundaciones acabaron con lo poco que restaba de vida en las poblaciones cercanas a ambos océanos. Para este momento, los glaciares eran solo un recuerdo blanquecino en el azul del mar. Con el cataclismo no quedó costa sin ser anegada por las aguas y todas las islas terminaron tragadas por olas gigantescas. Sumergidos bajo millonésimas toneladas de agua, quedaron los inmensos centros inmobiliarios. Para algunos, la Atlántida regresaba de su pasado histórico y cobraba vida en un futuro incierto. Finalmente, aquellos imponentes torrentes, emblemas de nuestra hermosa geografía, como el Niagara, Iguazú, La Victoria, el Salto Ángel, el Tuguela y Yosemite, entre otros saltos de agua gigantescos, no menos importantes, sucumbían al cataclismo quedando como islotes de rocas ígneas en medio del mar, convertido en dueño y señor solitario de todo el globo terráqueo. Las aguas alcanzaban casi los 90 grados en su superficie, y ninguna especie marina sobrevivió a tan elevada temperatura. Ya en las profundidades, esta podía descender a los 30 grados y gracias a los convertidores de titanio internos de las cúpulas, era posible mantenerla entre los 15 y 23 grados, una escala aceptable para permanecer bajo un ambiente confortable de trabajo, hasta la llegada de los relevos, que se llevaban a cabo cada cinco años terrestres.

Antes del apocalipsis las nuevas generaciones de científicos habían logrado concebir una tesis que unificaba la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. La denominaron teoría cuántica de la gravedad. Para ese momento, el universo se había expandido a una velocidad mayor a la predicha en el 2050 y eso llevó a los mejores físicos a diseñar, junto a los más consagrados peritos en el mundo de la tecnología, instrumentos que permitieran la creación de una gran autopista interplanetaria llamada gusano de luz, por donde era posible viajar, en tiempo finito, de un lado al otro entre planetas, astros y asteroides. El gusano fue probado durante 50 años trasladando todo tipo de materiales y se esperaba que también, los seres humanos pudiesen viajar sin contratiempos una vez superada las pruebas que intentaban conciliar la materia y la antimateria, sin que estas se aniquilaran al colisionar, dejando solo energía. Trasladarse por esta especie de elevador desintegrando átomos a la salida, e integrándolos a la llegada, sin complicaciones para los organismos vivos, era la gran apuesta. Algo que para el 5.600 aún no se había logrado.

Pero no todo era armonía y convenios inteligentes. Después de dos siglos culpándose unos a los otros de la calamidad acaecida en el planeta, subsistían los recelos, resentimientos y ambiciones. La sed de poder, la arrogancia y los deseos por ser los amos de la galaxia, constituían el peligro más grande imaginado por los científicos, los altruistas y los abandonados a su suerte, tratados como seres inferiores, según la escala de Darwin, acogida finalmente como la única teoría de la existencia evolutiva del ser humano. Si bien se había avanzado en ciencia y tecnología, en política, el ser humano se había quedado rezagado. Ni siquiera los estudios genéticos habían logrado cambiar una mentalidad de conquista y arrase, de odios por el color de la piel, de envidia ante la meritocracia, de traiciones e intolerancias ante los distintos sexos. Así, la habitabilidad en los planetas seleccionados se decidía acorde a la religión, a las maneras de pensar, a las tendencias o preferencia sexuales y a la raza. En este accionar prosaico, a los heterosexuales se les otorgaba mayores privilegios que a los suprasexuales, intersexuales y homosexuales. Bajo el dogma del control de la población, se mostraba cierta tolerancia con los monosexuales, pero se excluían sutilmente a los ambisexuales, protosexuales y plurisexuales. El color de la piel también creaba ronchas y en la búsqueda de una estirpe depurada e impoluta, se discriminaba entre ciudadanos de piel roja, blanca o negra, amarilla o escamada, original o sintética. Con las edades no era distinto, y los ciudadanos que superaban el medio siglo, corrían la peor de las suertes con la excusa de ser "improductivos". Por ello, eran asignados a un habita virtual, atendido por inteligencia artificial, hasta que morían de soledad.

Una vez acaecida la desgracia, los virtuosos esperaban una nueva generación de ciudadanos llenos de armonía, prolijos en virtudes, deslastrada del viejo molde que condujo a la tierra al cataclismo total. Pero no, si bien cambio el mundo y la galaxia, el ser humano continuó tal y como el designio "divino" lo había creado. La palabra "divino", por cierto, fue lo primero en ser eliminado de todos los textos virtuales y apenas hacer mención de ella, podía significar una pena de aislamiento solitario, en los distintos asteroides disponibles para esa tarea, ya que la misma aludía a una creencia supra galáctica, un Dios que había creado aquella inmensidad que se expandía a su libre albedrío, a pesar de que los científicos continuaban en su búsqueda de leyes unificadas, que dieran explicación a tal singularidad.

Marte, el cuarto planeta en orden de distancia al Sol y el segundo más pequeño del sistema, después de Mercurio, se utilizaba como centro de acopio para la Tierra, el gusano depositaba allí todas las provisiones cultivadas, industrializadas y fabricadas en la otra galaxia. Desde allí viajaban cientos de naves semanalmente hasta los profundo de los océanos para entregar la mercadería de sobrevivencia, sin embargo, el descontento de la población en el planeta, crecía en la medida en que el abastecimiento mermaba, así como la calidad de vida una vez que el personal tipo "A", era sustituido por el tipo "B" y luego el "B" por el C, y el C por el "D", en una decantación bien programada para deshacerse de los "menos aptos". De allí en adelante comenzó una especie de negligencia, en un principio, para luego convertirse en desamparo, más tarde en orfandad, prontamente en desgobierno y finalmente en abandono.

Abrió los ojos aterrorizado. La misma pesadilla de siempre. Los párpados le pesaban y gracias a la oscuridad no sintió esa punzada en las pupilas que desde varios días lo venía atormentado, padecía la enfermedad del vampiro, como la había denominado él, luego del diagnóstico y el tratamiento a fuerza de esteroides que le habían recomendado. En realidad se trataba de una uveítis que debió ser tratada de emergencia. Cerró los ojos para de nuevo caer en el sopor, ese estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Un ruido lo sobresaltó cuando estaba a punto de sumergirse en el vacío de ese sueño repetitivo. Los abrió contra la gravedad de los párpados que pesaban como cortinas de hierro. Entonces observó ese basto universo mostrado a través de la claraboya que hacía las veces de techado. Apenas unas semanas atrás, había sustituido el anciano cielo raso, de aquel estudio a donde se retiraba a escribir sus memorias. Sonrío a la vez que su yo interior le apuntaba que, de nuevo, lo había invadido la pesadilla habitual. Estando en plena reflexión, en cuestión de microsegundos, una luz brillante chocaba contra la nave piloteada bajo inteligencia artificial. No era una claraboya la que le mostraba el oscuro universo, ni aquello era su estudio de la vieja casa donde solía ocultarse, para redactar sus apuntes acerca del cambio climático. ¿Cuánto tiempo había dormido? -Se preguntó-: ¿12, o 24 horas?, ¿unas semanas?, ¿un año o todo un siglo? Un relámpago invadió el único espacio disponible sin dejar un solo rincón a oscuras, una luz sin sombras, aquella. Pulsó el botón rojo en los comandos colocados a su derecha y la burbuja de la cabina se ennegreció, protegiendo sus pupilas ante aquella luz que le atravesaba, sin ninguna dificultad, la membrana de sus párpados. Libre de la molestia, buscó entonces el interruptor azul para comunicarse con el cerebro de la nave y enterarse de lo que estaba ocurriendo. La luz blanca que lo inundaba todo se extinguió de pronto y las sombras lo dejaron en la completa oscuridad. Un sonido apocalíptico lo sacó de su letargo, la tormenta era de pronósticos reservados, los rayos continuos encendían la habitación a través de la claraboya de un extremo al otro, seguido por un estruendo ensordecedor, cuyo eco permanecía hasta la llegada del otro, más o menos fuerte, dependiendo de la distancia en que las nubes colisionaban unas contra otras, arrastradas por los vientos huracanados. "Claro, la velocidad del sonido es de apenas 343,2 metros por segundos, bastante alejada con respecto a la de la luz" -recordó en medio de la somnolencia-. Había estado escribiendo una historia sobre el fin del mundo...

De pronto, despertó...